No descubro la pólvora al decir que, lleva un tiempo entender que quien actúa con nosotros desde el egoísmo, la competencia, la envidia, la subestimación y el destrato, actúa desde sus propias limitaciones y experiencias fallidas, desde su cotidianidad vivenciada con inferioridad y maltrato, desde su pobreza espiritual.
Si, cuesta malos ratos, bajones, partirse la cabeza pensando qué es lo que está mal o qué es lo que se hizo mal, querer largar todo o desaparecer del lugar dónde esté este tipo de gente y lo más imperdonable: perder la sonrisa o la esperanza.
Lleva tiempo, pero cuando nos damos cuenta, ganamos libertad, libertad para no dar lugar a nada de lo que provenga de ellos, para no permitir que controlen nuestros pensamientos y sentimientos.
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