Tenía que escribirte unas palabras, tío querido, mi favorito pese a habernos frecuentado poco. Hoy te fuiste temprano por la mañana, espero, hacia un lugar dónde no exista ninguna preocupación, dónde se alivianen los pesos de la vida y dónde el cuerpo carnal deja de ser una cárcel que arrincona con dolores, sufrimiento y vejez.
Fuiste el primer hijo de un matrimonio que no podía tener hijos, en torno a esto siempre los rumores eran diversos: que eras totalmente adoptado o, peor, que eras hijo del abuelo fruto de otra relación cuyo único objetivo era brindarle descendencia al matrimonio que no concebía, fuiste distinto, muchos años más tarde, vinieron los hijos biológicos, te lo marcaron tus padres e inconscientemente tus hermanos.
Tengo grabado en la memoria el momento en que te convertiste en mi tío favorito: hasta ese entonces recuerdo que pasabas a saludarnos unos días antes de la navidad, cada tres años, era como un trámite, nos sentabamos en el patio una hora y la conversación giraba en temas comunes: el trabajo, los primos, la salud, etc.
Un día viniste a saludar a mi papá, eran esas visitas que hacías cada tanto y que parecían hechas por compromiso, y como él no estaba, charlamos junto con mi hermana haciendo tiempo hasta que llegara. Ya erámos más grandes y nos contaste lo difícil que fue tu infancia, lo cruel que fue la abuela con vos, quien nunca, aún en tu inocencia de niño, te dejaba de remarcar que no eras su hijo, sobre la saña con la que te pegaba ella y él, y esa espina clavada que te significaba haberte ido de tu provincia natal hacia la Gran Ciudad, faltando un año para que puedas convertirte en Maestro de grado. Buenos Aires te recibía con la paz que necesitaba, tu cabeza y tu cuerpo, pero pronto hubo que hacerse de una profesión, que fue la que te dio el techo y la comida, y varios disgustos cuando te quisiste jubilar y te habían estafado.
Pero en esa charla dijiste algo que me marcó mucho: decidiste perdonar y seguir adelante y fue una decisión práctica, defensiva, no fue producto de una larga reflexión ni de años de terapia, a esta altura considero que se trata de un don y que no cualquiera lo tiene. Formaste una linda familia, con sus problemas como sucede en todas las familias, no repetiste nada que en el pasado te había generado dolor. Nunca hablabas mal de tus padres, y bien sabías que lo podrías haber hecho. Agradecías el hogar y sustento que te dieron y agradecías a la mujer que te dió la vida, que sabías quien era, pues cruelmente se encargaron de informartelo. No dejaste que todo eso te consumiera la vida.
Te recuerdo en los pequeños detalles de nuestra corta relación tió-sobrina: nos invitabas a tu casa pues te gustaba que mi hermana y yo seamos chicas estudiosas, eras ahorrador, te preocupaban tus finanzas, te encantaba comer más aún así no sabías cocinar nada (me llegaste agradecer unas salchichas con puré, no lo olvido), te preocupaba la salud y le tenías miedo a la decadencia de la vejez, por eso, cumplías al pie de la letra todo tip que encontrabas en las revistas para llegar a grande en buen estado, ibas al médico y tras cada tratamiento que descubrías para los huesos. Es irónica la vida, te cuidabas pero no gozaste buena salud.
Tío, dejaste a una familia que te quiere y a la que sólo hiciste sufrir con tu partida, tío se feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario